domingo, 25 de diciembre de 2011



OtRas  EScriTuRas
 
El rojo de la tapa de aquel diccionario Larousse –el famoso ‘Pequeño Larousse ilustrado’, cualidad ésta de su tamaño que tantas bromas nos ha hecho hacer de chicas con mi hermana cada vez que lo agarrábamos - me invita a tirar del hilo (…) es como si ese diccionario que veo fuese el mío, el Larousse de mis tardes y noches de los deberes (antes de la cena…recuerdo precisamente extendernos hasta la cena por el ruido de ollas, el olor de comidas a medio preparar de mi abuela) … tal la identificación que me produce esa imagen. Me veo sentada en la punta de la mesa, mi hermana enfrente mío con hojas, carpetas y manuales abiertos por igual…y el diccionario. Me gustaba de por si buscar en él, sentía que hacia algo importante y más aun sentir mis dedos hundirse en esos huecos de papel que contenía una letra cada uno. Para hacer los deberes (no se llamaban tareas todavía) teníamos un mantel de un rojo desgastado que mi mamá ya no usaba, que por supuesto era el mantel de hacer los deberes (es increíble como una frase tan coloquial para algunos puede cargarse tanto de significado para otros)…’Pongan el mantel’”, decía mi mamá, por eso de que la mesa no se rayase. Pero terminamos rayando el mantel. Escribiendo en el mantel, haciendo cuentas en el mantel, resumiendo, trazando círculos con el compás, escribiendo nuestros nombres, el de nuestras amigas y el de los chicos que nos gustaban.


miércoles, 21 de diciembre de 2011


GeOgRafIa de La InFancia, El EsPejo 


Creo que me miré por primera vez realmente en el espejo. El espejo no era un espejo nada más Era para mí, de chica, un lugar además de un objeto (grande empotrado en una pared de un garaje abierto, donde me veía de cuerpo entero y veía el fondo hasta el gallinero…¿o ahora me parece ver todo eso?) …Cuando  decíamos “vamos al espejo?” era ir a jugar, a conversar, a tramar  algo con mi hermana o primas. O sola. Por primera vez frente al espejo proyecté mi cuerpo de mujer. Frutas robadas a la frutera de mi abuela. Ni siquiera hoy sé si he vuelto a mirarme a mi misma de esa manera. Sólo cuando uno es  chico tiene la impunidad y el desparpajo para mirarse  de esa forma. El espejo tenia además una mesa vieja y el lavarropas. Pegada había una pieza donde ya no dormía nadie y se amontonaban muebles viejos junto a dos camas. También ahí jugábamos.
 La geografía de los juegos de la infancia suele ser curiosa. Al menos mirada desde la distancia. Digo, esos lugares no comunes pero que se nos vuelven tan familiares, tan naturales cuando somos chicos. Uno de chico no juega donde se supone que debe…busca otros espacios y se los apropia. Los vuelve tan pegados a un juego en particular que ya después no hay manera de hacer eso (jugar a eso) si no es ahí. Precisamente por eso, porque tienen una magia de escenario no preparado (sino improvisado por nuestra imaginación de niños, momento este fundante la primera vez que abrimos el juego) porque no son los lugares asignados es que tienen otro gustito...( ¿Quien juega en el “cuarto de juegos” hoy tan posmoderno ? Por algo no ‘funcionan’ y los juguetes están desparramados por toda la casa).

Me acuerdo que cuando llovía me gustaba hacerme de algún lugar en la casa, a veces simplemente un rincón, y armarme una historia. Me daba una sensación de refugio, de hueco, de fortaleza…Que total alcanzaba con la cabeza.

domingo, 11 de diciembre de 2011


Los velorios, una cuestión de (mi) familia

En mi familia siempre hay algún velorio. Uno de esos que movilizan a toda la familia y desatan una cadena telefónica infernal. (y muchas habladurías por que cómo a fulanita no se le avisó).Hacia mucho que no pasaba, pero hoy volvió a pasar. Es más, escribo esto mientras me preparo para ir uno (no es que sea una desalmada sino que es  como un acto mecánico, al menos la previa): mi mamá me llamó a las 7 a.m para decirme: “hay que ir” ..como si yo ya no lo supiera, como cuando te vas a bañar y abrís la ducha y nadie te dice “abrí la ducha” , se sabe…y así. En mi familia se sabe que hay que ir

 Los velorios en mi familia sí que pasan seguido y siempre vienen del lado de mi mamá, y casi siempre se mueren de los mismo: el corazón; ella lo dice  -casi orgullosa –“en mi familia todos mueren del corazón”. Esa máxima me persigue como la voz de mi conciencia, ¿será parte de la tradición heredada?. De todas maneras este año el encuentro con un caballero –más bien el posterior desencuentro – me  provocó “daños súbitos en el músculo del corazón” ( en criollo y cien por ciento cursi: me partieron el corazón) y  acá estoy: sobreviví. Ahora, cuesta menos sobreponerse a esos desmanes que a los inquisidoras preguntas de mis tías y conocidas (si, porque son las mujeres las que preguntan esas cosas, o  las de mi familia): ¿ y vos nena, seguís “solita”? (nótese el diminutivo)o , “El otro día lo vi a..” inmediatamente viene el nombre de tu ex y comentario del tipo “ahhh! chico como ese no vas a encontrar”. No si yo ya los sé, ni como ese –que no sería tanto problema porque por algo lo dejé - ni ninguno!. … “¿y dónde era que trabajabas vos? ¿Y cuántos te pagan ahí?”.

 En cuanto te querés acordar estamos todas (yo también, que horror!!) hablando a los gritos y a las carcajadas, y que dónde te compraste esa cartera y los zapatos y de vacaciones donde te vas. Que al fin de cuentas no somos nada y la vida es una sola…
No?

domingo, 4 de diciembre de 2011




El macho proveedor o Simone de Beauvoir



“Deja de leer a Simone de Beauvoir que el machismo no está tan mal”, inmediatamente  resonó esta frase en mi cabeza que alguna vez me soltó mi amiga. Mmmm, mis convicciones tambalearon y hasta me dio un poquito (o bastante) bronca. Era evidente que no a todas nos daba orgullo la independencia de género, la soberanía económica,  y  la mar en coche. Mientras esperaba para pagar lo mío  -unas ahora  insignificantes pulseras de acrílico “ divinnnnas, muy veraniegas”, según la vendedora- pensaba que lo más difícil, creo,  sería poner en el mismo momento en que el macho proveedor (de traje y corbata, recién salido de la oficina) gatilla con la tarjetita unos setecientos roca por un lado y otros tantos in situ, en mano,  por otro, esa cara de otaria...mientras pienso esto mirándo a la destinataria con instinto asesino, caigo: mil cuatrocientos pesos??? Chan!  Está, tanto el vestidito de lentejuelas y los típicos zapatos de plataforma con brillitos, muy chic, me parecieron horribles y aunque estuviéramos en un renombrado local, el conjunto daba vedetonga (hum..sangro por la herida..?) pero seguían siendo mil cuatrocientos pesos!!!! A pagar por otro, desde mi mirada femenina: Llevarse tamañas prendas por N-A-D-A..!!! No, yo debo estar mal en serio, mi amiga tiene razón, menos Segundo sexo y …voy practicando cómo poner  cara de otaria  mientras digo desde el probador “ los zapatos también los llevo, estás seguro gordi?” .
  Esta semana prometo que lo voy a pensar. Que lo del macho proveedor quizás no esté tan mal.


sábado, 3 de diciembre de 2011


InFaNciA

Estamos en el patio con mi hermana.  En el patio de la higuera. Me acuerdo de sentir el  piso de portland en las piernas, y verme el blanco en las rodillas de raspones involuntarios. Jugamos a  ser madres. Señoras grandes. El juego es así: nuestros hijos se hacen pis. Es verano, mucho calor. Les damos como veinte mamaderas con agua y al segundo el charquito en el patio gris. Estoy fascinada: me parece que el muñeco se humaniza, hacerse pis...Pero el efecto no dura mucho, vuelta a empezar. Creo que el juego nos aburre un poco, porque mas allá de la secuencia llenar la mamadera con agua-dársela al bebe –ver como se hace pis no armamos ninguna historia de madres preocupadas, por ejemplo. 


Lo mejor es cuando todos los charquitos se hacen uno y empiezo a sentir el agua debajo del short, entre los dedos de los pies…Ahí, mi hermana y yo, mojadas y frescas, terminamos el juego de las madres.