sábado, 19 de abril de 2014

V a C í O

Centrípeta. Convexa. Concéntrica .Cada vez más adentro. Si miro veo mis entrañas, mi estómago, mis intestinos. Más abajo, mis ovarios. Mi centro. Tan adentro que me vuelvo transparente. Una piel que no es ya protección ni barrera. Frontera, tela delgada. El adentro y el afuera: una misma cosa. Toda tan yo. Me ahueco. Bicho bolita.
No
hay
donde
escapar.


VolVeR Al gAlLiNeRo



Como si fuese domingo pero no, repito mi ritual, me traigo el mate a la cama y leo. Retomo El libro de la selva de Rudyard Kipling . En el medio de la lectura me acuerdo de mi primo. Mi casa de chica es una casa con un frente largo de muchas persianas; madera pintada de té con leche y persianas marrones: tres y dos para cada casa, la nuestra y la de mis primos. Nuestros patios se comunicaban (se comunican, la casa aún está) por atrás. Le hablo por face para preguntarle si leyó el libro y qué le pareció, le comento que yo más que versiones de cuentos infantiles no había leído. Me dice que a él le pasa lo mismo.

Entonces me cuenta que el otro día se puso a releer Cuentos de la selva. Le digo que yo también! Que estaba por hacerlo porque el libro de Kipling me trajo a la cabeza esos cuentos. Y de pronto me dice “me parece que vos me habías leído el cuento del lorito, puede ser?”. Mi primo es algo más chico que yo y con mi hermana lo llevábamos de acá para allá como un muñeco, como nuestro muñeco. Así que, aunque no recordaba eso (me apeno un poco por no recordarlo) me hace feliz que él sí conserve ese recuerdo. Le comento a mi hermana (al mismo tiempo).Me dice: que sí, que se acuerda porque ese libro, esos cuentos nos encantaban a las dos. “Pobre Pedrito! creo que el loro se decía a sí mismo”, me dice. Nos reímos. Yo le digo que en cambio me acuerdo de “la papa Pedrito, la papa”. Los tres online nos reímos mucho y, me animo a decir, nos ponemos muy nostalgiosos. Al menos yo. 
Empezamos a intercalar líneas de chat: “Las medias de los flamencos, el del coatí, La tortuga gigante! Los recuerdos caen uno tras otro como fichas. Le cuento a mi primo que yo conocí ese libro por mi maestra de 5° grado que una hora antes de irnos nos llevaba al patio y en ronda nos leía los Cuentos de la selva, de Quiroga: “bastante ‘arriesgada’ –le digo- siendo que las monjas no querían que nos saquen del aula ni por puta”. Nos seguimos riendo.

Me dice que el loro Pedrito se terminaba vengando del tigre…Por qué nos gustaba tanto…será, le digo, porque el loro se perdía, o se iba y cuando volvía a la casa con los chicos te daba una alegría!Mientras tanto yo pensaba en qué lugar exactamente habría transcurrido la escena de la lectura del loro Pedrito. Mechamos otras comentarios sobre libros hasta que, como si un hilo invisible conectara nuestros pensamientos, me escribe: “tengo el recuerdo de que estábamos por donde teníamos la hamaca, te acordás?” Busco en mi cabeza, identifico el lugar aunque sigo sin acordarme de ese momento exacto.

Mi hermana al mismo tiempo y por otra ventanita: “cerca del gallinero, donde estaba la calesita” .Se lo comento a mi primo, se ríe, me dice que de los tres soy la que menos se acuerda. Si es cierto, qué pena, pero qué suerte que ustedes lo recuerden tan bien, le digo, y qué bien me hace que lo recuerden, pienso, pero no lo digo. Convenimos que así, con retazos, se arma a veces un recuerdo. Después él hace un chiste acerca de que se acuerda de eso pero no de lo que hizo la semana pasada. Carcajadas. Me pasa igual, no estamos poniendo grandes, más risas. “Hay que volver al gallinero” le digo. “siempre se vuelve”, remata. Y tiene razón. Me anclo en la infancia y ahí me quedo. En el patio de atrás, entre la calesita y las hamacas, cerca del gallinero.