sábado, 27 de julio de 2013

TeNéS rAzÓn OliVeRiO, te paso la palabra esta vez, no podría decirlo como vos

Llorar a chorros.Llorar la digestión.
Llorar el sueño.Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma,
la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología,
llorando.
Festejar los cumpleaños familiares,
llorando.
Atravesar el África,
llorando.
Llorar como un cacuy,
como un cocodrilo...
si es verdad
que los cacuyes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo,
pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz,
con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo,
por la boca.
Llorar de amor,
de hastío,
de alegría.
Llorar de frac,
de flato, de flacura.
Llorar improvisando,
de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

miércoles, 24 de julio de 2013

AmOr Se LlAmA El JuEgO

Tarareo mentalmente que en este jugo a mí siempre me toca perder.
Igualmente me niego a abandonar la partida. ¿Qué me pasa? Me veo a mí como en esos sueños en que querés correr pero las piernas no te responden, como si estuvieras pegada al suelo con la gotita. Corrés desesperadamente en el mismo lugar y ves que el que te persigue –siempre alguien te persigue, en mi caso era skeletor, el malo de Heman-está cada vez más cerca. Claro que por suerte, en esas pesadillas, una se despierta antes de haber logrado empezar a correr y antes de ser alcanzada por el malo en cuestión. Pero de este lado, en el de la vigilia yo no me doy cuenta cuando voy a ‘despertar’.

Soy como  esa estatua viviente callejera a la que con frecuencia un chico se acerca para burlarse una y otra vez. Él me hace pito catalán todo el tiempo. Y yo no puedo más que permanecer inmóvil, estoica muy a mi pesar. A veces, como a esa estatua callejera, me tira una moneda y, si está generoso y feliz, un billete. Limosna. Dádiva. ¿Qué dejo que juegue conmigo? Sí, es probable. Pero ya lo dije: mis pies pegados al suelo no me dejan avanzar.

Como el calesitero, frustra, a cada vuelta mi ilusión, siempre la sortija le toca a otro. A mí de chica no me era fácil atrapar la sortija y en cada vuelta miraba suplicante a ese hombre que parecía disfrutar con el juego…pero no, no te toca, nometoca, quizás en la próxima vuelta, pero resultaba que después era tarde y había que irse. Es tarde. Hay que irse.

No, creo que no sé jugar este juego: no soy buena para correr más rápido que mi compañero y sacarle ventaja, no. Tengo tanta paciencia como la estatua viviente de la calle y resigno fácil y rápido no haber atrapado la sortija (aunque muy en el fondo sepa bien que no se trataba de mí). Pero que importa ahora eso, no?. 
A mi perseguidor le pido  que me deje sacar ventaja, para que intente despegarme del suelo y correr lejos de él, al  nene que se burla haciéndome morisquetas, una tregua, que me deje ser. Y al calesitero, que ya  no me interesa la sortija, la dejo pasar. Dejo ese juego de si pero no, tan poco creíble ya, tan poco convocante para mí. Es cierto que disfruté hasta no hace tanto las vueltas en la calesita de todos modos, pero no quiero la sortija.  La estatua empezó a moverse y aquella nena de mis sueños que corre en el lugar está sientiendo ya las piernas. Va a tener que buscarse otra compañera de juegos, señor calesitero.
Porque lo que es a mi, a mi siempre pero siempre pareciera que me toca perder con él.