Son increíbles. Desagradablemente
increíbles. Bien se les puede aplicar la máxima “antes muertos que sencillos”.
Relojes y cadenas de oro en perfecta combinación. Si es de oro, que brille,
mucho pero mucho y si es al sol, mucho
mejor. Que el resplandor te deje ciega si es posible y no los haga pasar
desapercibidos, sobre todo, antes tus ojos .Ah porque la cosa es que se tiene que notar: se tiene que notar
el oro, la marca se tiene que notar –por eso la chomba del lagartito nunca la
llevan de un color sobrio…un durazno, un naranja veraniego un turquesa o un
verde manzana dejan ver perfectamente una prenda de marca. Condición además para
el contraste con el bronceado de cama solar o el que se compra en pomo. De
todo, mucho. Que se note bien.
La vedette del
pendeviejo es una cadena dorada en un pecho peludo e hiperbronceado que se adivina
en la abertura, nada casual, de los primeros tres o cuatro botones de la camisa
.Pinzados crudos –o en el peor de los casos, blancos- y las gafas espejadísimas,
y por encima de la cabeza, infaltables. Completan el cuadro un cinturón de
carpincho, unos zapatos que van desde el más horrible mocasín hasta el náutico ‘cancherisimo’,
y quizá, pero no siempre, un arito de strass.
Soy un madurito cincuentón pero en carrera
eh, nena…parece decirte, cuando pasás frente a alguno, toda esa parafernalia cuidadosamente montada, esa mirada
como proyectil hacia vos, como hacia cualquier otra; pero eso sí, para ser objeto de la mirada de
un pendeviejo tenés que ser joven. Porque a ellos, la mujer madura ya les
parece fuera de carrera, les parece un fiasco, ellos ‘están para más’, para
otra cosa ( que irreverentes por favor!). Lo peor es eso: el pendeviejo te mira
desde que venís por la esquina hasta que terminás de pasar, sin decir nada
(peor) solo acosando con esa cara de ‘acá
estoy yo, miráme’.
Pendeviejos hay
de muchas clases, pero éste está en el podio.