domingo, 26 de febrero de 2012

BoLeRo

Mi tía, que ahora odia a los hombres dice que sí, que es verdad lo que dice ese bolero, que “Una vez, nada más se entrega el alma”. Ella que ahora para todos es terrible y dice que los hombres no sirven para nada,  que para que los querés también tiene como cualquier mujer de esa época una historia de amor de zaguán  y promesas incumplidas. Terminó casándose con el negro porque el que realmente (le) importaba, se fue y la dejó esperando sin mediar explicación (se fue con la otra piba, la de la otra cuadra, que también iba al baile con nosotras).



Mi tía, la que odia a los hombres también tuvo un pasado de bailes esperados durante toda una semana o un mes. De vestidos estrenados (‘ah vos tenias que vernos, cada baile un vestido nuevo’). De bailes de carnaval. De besos apurados al final de la última pieza de la noche y un “nos vemos el otro sábado?”. A ella, que ahora a los hombres no los puede ni ver, se le dibuja una sonrisa cuando se pone pensativa y se acuerda de la época de los bailes… con la mirada más allá como buscando en el tiempo y repitiendo, que es cierto que “solamente una vez  amé en la vida, solamente una vez y nada más”. Y nada más.



Yo,  BiBlioTeCaRiA
Lentamente empiezo a taparme el chall amarillo y a esconder mi cartera de un rojo tomate. También me pongo la campera negra y en un movimiento más rápido que el de la velocidad de la luz (si es que eso es posible) me subo el cierre (Imagino que me voy acercando al estereotipo: se me dibujan unos lentes, un rodete, una falda gris y unos mocasines horribles) Listo. Sigo escuchando: decoro, buen gusto, discreción. Que el sambódromo es el sambódromo, un cocoliche un cocoliche y una escuela es una escuela. Empiezo a sentirme luciérnaga en noche cerrada,  baliza en autopista. Imposible no verme. Me subo el cierre hasta el cuello. Deci que  hoy está fresco  y justo estoy al lado de la ventana que si no. Pero ayyyy..tarde! en menos de una hora violé dos de las reglas básicas de convivencia: vestimenta decorosa y puntualidad (además de “encendida” llegue hora y media retrasada..lo que se dice una kamikaze). Y para aumentar mi fastidio una de ellas levanta la mano de manera muy coqueta pidiendo permiso para hablar (entiéndase, erguida, muy erguida, frente y mentón en alto) “las cosas para mí son blancas o negras..” O beige. O caqui le diría yo. Claro quién sino iba a decir eso, la misma que tenía ese vestidito estilo zafari la jornada anterior y una cabellera atada en una cola de caballo tirante. Toda correctita. Nada fuera de tono, nada indecoroso. Toda beige!!!
Yo, diez años atrás.

viernes, 10 de febrero de 2012


ChIcAs CaTóLiCaS
I
Entro sigilosa y me acomodo en un banco. En la primera fila una monja reza. El altar está lleno de velitas. Contra mi voluntad, la verdad es que no quiero huir como había pensado. Miro las paredes con vitraux. Observo las imágenes. Me acuerdo en ese preciso momento de las historias que nos contaban en la clase de religión y que luego confirmábamos en esos vitrales. Detrás de las imágenes, de los colores advierto que las mismas están grabadas en memoria más fuerte que en el mismo ventanal. La que mira circular, la que recorre con la mirada la secuencia del via crucis ahora no soy yo. Es esa nena de ocho (nueve o diez quizá?) a la que junto  a sus compañeras llevaban bastante seguido a la capilla (también me acuerdo de esto cuando la Hermana me dice, invitándome “querés ir a ver cómo está la capilla?”, “bueno”, digo yo) para rezar supongo, cuando no había misa… la que sentada o arrodillada no podía quitar la vista –mirada de reojo- de esa historia en vidrios de colores brillantes (verdes, violetas y marrones sobre todo) que iba desde la Anunciación hasta (punto culminante de una historia ya escuchada, pulso acelerado) la Crucifixión y la resurrección. Era el momento en que aquel relato cobraba vida en esos vitraux. Ese también era el momento en que aprovechaban para decirnos que hiciéramos silencio y estemos atentas para escuchar el llamado de la vocación. Será por eso que durante mucho tiempo tuve un miedo constante de que Dios “me llamara” a  mí, de  querer convertirme en monja (será por eso que miraba tanto para los costados..?).Me persigné y salí. Pero volví a entrar.   Y volví a salir. El tiempo o su paso, es una cosa muy muy rara.
II
El enorme patio de baldosones… en un rincón la Santa Rita adornando la estatua de la virgen, las reuniones con las chicas ahí abajo buscando la sombra, el recuerdo de la sensación de humedad verde en el verano, del olor a hoja estrujada, y del contraste con el calor de nuestros guardapolvos. Ahí nos juntábamos a charlar, comer, leer, sacarnos la foto grupal. Con la virgen siempre custodiándonos. Conservo todavía una foto donde estamos la señorita, la Virgen y Yo. Yo con colitas de cinta blanca sujetando fuertísimo un pelirrojo rabioso por efecto del sol. Ojos achinados por el resplandor.


III
Los bebederos… Calor. El recuerdo de llegar jadeante después del timbre de fin del recreo. Empujarse en la fila como para apurar a la de adelante y no llegar tarde al aula. Alargar lo más posible ese momento  en que el agua  chocaba rebotando en mi cara y me refrescaba por completo. Pasarme el antebrazo, la manga del guardapolvo por la boca para secarme. Empezar a volver despacito –muy despacito- al salón con la sensación de haberme zambullido en una pileta.