ChIcAs CaTóLiCaS
I
Entro sigilosa y
me acomodo en un banco. En la primera fila una monja reza. El altar está lleno
de velitas. Contra mi voluntad, la verdad es que no quiero huir como había
pensado. Miro las paredes con vitraux. Observo las imágenes. Me acuerdo en ese
preciso momento de las historias que nos contaban en la clase de religión y que
luego confirmábamos en esos vitrales. Detrás de las imágenes, de los colores
advierto que las mismas están grabadas en memoria más fuerte que en el mismo
ventanal. La que mira circular, la que recorre con la mirada la secuencia del
via crucis ahora no soy yo. Es esa nena de ocho (nueve o diez quizá?) a la que
junto a sus compañeras llevaban bastante
seguido a la capilla (también me acuerdo de esto cuando la Hermana me dice,
invitándome “querés ir a ver cómo está la
capilla?”, “bueno”, digo yo) para rezar supongo, cuando no había misa… la
que sentada o arrodillada no podía quitar la vista –mirada de reojo- de esa
historia en vidrios de colores brillantes (verdes, violetas y marrones sobre
todo) que iba desde la Anunciación hasta (punto culminante de una historia ya
escuchada, pulso acelerado) la Crucifixión y la resurrección. Era el momento en
que aquel relato cobraba vida en esos vitraux. Ese también era el momento en
que aprovechaban para decirnos que hiciéramos silencio y estemos atentas para
escuchar el llamado de la vocación.
Será por eso que durante mucho tiempo tuve un miedo constante de que Dios “me
llamara” a mí, de querer convertirme en monja (será por eso que
miraba tanto para los costados..?).Me persigné y salí. Pero volví a entrar. Y volví a salir. El tiempo o su paso, es una
cosa muy muy rara.
II
El enorme patio
de baldosones… en un rincón la Santa Rita adornando la estatua de la virgen,
las reuniones con las chicas ahí abajo buscando la sombra, el recuerdo de la
sensación de humedad verde en el verano, del olor a hoja estrujada, y del contraste
con el calor de nuestros guardapolvos. Ahí nos juntábamos a charlar, comer,
leer, sacarnos la foto grupal. Con la virgen siempre custodiándonos. Conservo todavía
una foto donde estamos la señorita, la Virgen y Yo. Yo con colitas de cinta
blanca sujetando fuertísimo un pelirrojo rabioso por efecto del sol. Ojos achinados
por el resplandor.
III
Los bebederos… Calor.
El recuerdo de llegar jadeante después del timbre de fin del recreo. Empujarse
en la fila como para apurar a la de adelante y no llegar tarde al aula. Alargar
lo más posible ese momento en que el agua
chocaba rebotando en mi cara y me refrescaba
por completo. Pasarme el antebrazo, la manga del guardapolvo por la boca para
secarme. Empezar a volver despacito –muy despacito- al salón con la sensación
de haberme zambullido en una pileta.