viernes, 10 de febrero de 2012


ChIcAs CaTóLiCaS
I
Entro sigilosa y me acomodo en un banco. En la primera fila una monja reza. El altar está lleno de velitas. Contra mi voluntad, la verdad es que no quiero huir como había pensado. Miro las paredes con vitraux. Observo las imágenes. Me acuerdo en ese preciso momento de las historias que nos contaban en la clase de religión y que luego confirmábamos en esos vitrales. Detrás de las imágenes, de los colores advierto que las mismas están grabadas en memoria más fuerte que en el mismo ventanal. La que mira circular, la que recorre con la mirada la secuencia del via crucis ahora no soy yo. Es esa nena de ocho (nueve o diez quizá?) a la que junto  a sus compañeras llevaban bastante seguido a la capilla (también me acuerdo de esto cuando la Hermana me dice, invitándome “querés ir a ver cómo está la capilla?”, “bueno”, digo yo) para rezar supongo, cuando no había misa… la que sentada o arrodillada no podía quitar la vista –mirada de reojo- de esa historia en vidrios de colores brillantes (verdes, violetas y marrones sobre todo) que iba desde la Anunciación hasta (punto culminante de una historia ya escuchada, pulso acelerado) la Crucifixión y la resurrección. Era el momento en que aquel relato cobraba vida en esos vitraux. Ese también era el momento en que aprovechaban para decirnos que hiciéramos silencio y estemos atentas para escuchar el llamado de la vocación. Será por eso que durante mucho tiempo tuve un miedo constante de que Dios “me llamara” a  mí, de  querer convertirme en monja (será por eso que miraba tanto para los costados..?).Me persigné y salí. Pero volví a entrar.   Y volví a salir. El tiempo o su paso, es una cosa muy muy rara.
II
El enorme patio de baldosones… en un rincón la Santa Rita adornando la estatua de la virgen, las reuniones con las chicas ahí abajo buscando la sombra, el recuerdo de la sensación de humedad verde en el verano, del olor a hoja estrujada, y del contraste con el calor de nuestros guardapolvos. Ahí nos juntábamos a charlar, comer, leer, sacarnos la foto grupal. Con la virgen siempre custodiándonos. Conservo todavía una foto donde estamos la señorita, la Virgen y Yo. Yo con colitas de cinta blanca sujetando fuertísimo un pelirrojo rabioso por efecto del sol. Ojos achinados por el resplandor.


III
Los bebederos… Calor. El recuerdo de llegar jadeante después del timbre de fin del recreo. Empujarse en la fila como para apurar a la de adelante y no llegar tarde al aula. Alargar lo más posible ese momento  en que el agua  chocaba rebotando en mi cara y me refrescaba por completo. Pasarme el antebrazo, la manga del guardapolvo por la boca para secarme. Empezar a volver despacito –muy despacito- al salón con la sensación de haberme zambullido en una pileta.

2 comentarios:

  1. Muy bueno, me hizo acordar a cuando yo iba al colegio de monjas. Los bebederos, la capilla, la virgen del patio. Pero no tenía miedo al llamado de vocación, porque si Dios todo lo ve ya debía saber lo que yo pensaba al respecto jajaajja

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  2. vOS la tenias mas clara entonces...a mi me llevo un tiempo dejar de "temer" ja

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