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I
Vitu parada en la puerta de la cocina, entre las tiras de
plástico de la cortina, con el equipo
azul a rayas , las zapatillas de puntera y la colita. ¿Vitu querés comer? le dice mi mamá. Mi hermana y yo nos miramos
enfurecidas, rojas como un tomate de la bronca. Vitu entra y se sienta a comer.
Esta vez perdimos la batalla. No la miramos en todo lo que dura la comida.
Tampoco le hablamos, apenas si le contestamos. Después encima, sin reparar en
su presencia, como si ni estuviera, nos paramos y nos vamos, dejándola ahí, con
mi mamá y mi abuela.
II
Escena siguiente de cualquier otro día,
al calor de la siesta de enero, afuera cantan las chicharras. Vitu parada ahora
en la entrada de la pieza. Mi hermana y yo, que ya habíamos escuchado los pasos
por la ventana que daba al patio donde está la higuera, nos hacemos las
dormidas. Mi prima toma confianza y
traspasa el umbral. Un rato más y la tenemos en el borde de alguna de
nuestras camas. La odiamos porque no se va. La odiamos y la admiramos. O al
menos yo la admiro…por esa perseverancia para quedarse esperando a que le demos
bolilla, a que le hablemos, a que le contestemos, ¿vamos a jugar?. Silencio. Dos pares de ojos cerrados con fuerza
simulan dormir.