AmOr Se LlAmA El JuEgO
Tarareo mentalmente que en este jugo a mí siempre me toca perder.
Igualmente me niego a abandonar
la partida. ¿Qué me pasa? Me veo a mí como en esos sueños en que querés correr
pero las piernas no te responden, como si estuvieras pegada al suelo con la
gotita. Corrés desesperadamente en el mismo lugar y ves que el que te persigue –siempre
alguien te persigue, en mi caso era skeletor, el malo de Heman-está cada vez
más cerca. Claro que por suerte, en esas pesadillas, una se despierta antes de
haber logrado empezar a correr y antes de ser alcanzada por el malo en
cuestión. Pero de este lado, en el de la vigilia yo no me doy cuenta cuando voy
a ‘despertar’.
Soy como esa estatua viviente callejera a la que con
frecuencia un chico se acerca para burlarse una y otra vez. Él me hace pito
catalán todo el tiempo. Y yo no puedo más que permanecer inmóvil, estoica muy a
mi pesar. A veces, como a esa estatua callejera, me tira una moneda y, si está
generoso y feliz, un billete. Limosna. Dádiva. ¿Qué dejo que juegue conmigo? Sí,
es probable. Pero ya lo dije: mis pies pegados al suelo no me dejan avanzar.
Como el calesitero, frustra, a cada
vuelta mi ilusión, siempre la sortija le toca a otro. A mí de chica no me era
fácil atrapar la sortija y en cada vuelta miraba suplicante a ese hombre que parecía
disfrutar con el juego…pero no, no te toca,
nometoca, quizás en la próxima vuelta, pero resultaba que después era tarde
y había que irse. Es tarde. Hay que irse.
No, creo que no sé jugar este
juego: no soy buena para correr más rápido que mi compañero y sacarle ventaja,
no. Tengo tanta paciencia como la estatua viviente de la calle y resigno fácil
y rápido no haber atrapado la sortija (aunque muy en el fondo sepa bien que
no se trataba de mí). Pero que importa ahora eso, no?.
A mi perseguidor le pido que me deje sacar ventaja, para que intente
despegarme del suelo y correr lejos de él, al
nene que se burla haciéndome morisquetas, una tregua, que me deje ser. Y
al calesitero, que ya no me interesa la
sortija, la dejo pasar. Dejo ese juego de si pero no, tan poco creíble ya, tan poco convocante para mí. Es
cierto que disfruté hasta no hace tanto las vueltas en la calesita de todos
modos, pero no quiero la sortija. La
estatua empezó a moverse y aquella nena de mis sueños que corre en el lugar
está sientiendo ya las piernas. Va a tener que buscarse otra compañera de
juegos, señor calesitero.
Porque lo que es a mi, a mi
siempre pero siempre pareciera que me toca perder con él.
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