jueves, 2 de enero de 2014

p U p I L a
Como alguien que camina en la oscuridad por un pasillo, va dando algunos tumbos. Tantea paredes y muebles. La pared es rugosa. Su aspereza le recuerda la de su cuarto de chica. Los muebles, helados. Recupera la postura y avanza. La respiración acelerada. Se siente torpe, tonta. No saber la dirección pero seguir insistiendo desde el desvío. De pronto toca, palpa: un mármol frío, sube con las manos: unos pies, un manto, un rosario. Un símbolo. Una señal. Entonces hay absolución posible.
 Sigue caminando a tientas; ahora un cono de luz: unos ojos duros y negros la miran desde el vidrio de un armario, una mirada sin vida pero que inquieta. Mira todo como a figuritas de museo, vitrina opaca que sólo le deja ver vestigios de lo que fue. Quiere seguir pero se vuelve: más allá del vidrio alguien en camisón la observa. Se miran unos segundos, ella enseguida desvía la mirada. Pero ve más ojos vidriosos, más ojos que la miran, que la interrogan. Ve plumas erguidas y llenas de polvo. El aire huele a rancio, a viejo, a flores, a agua podrida. Se acuerda del mármol frío. Se arrodilla y reza. Entre las manos, un pedazo de tela del camisón. Se sabe el murmullo –la sonoridad, la entonación, el gesto compungido y concentrado- pero no puede decodificar la oración, no la puede decir. Aprieta la tela, la muerde con fuerza, la estruja…la sábana mojada en su mano.



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